Cuando el entusiasmo inicial se apaga, empieza el verdadero trabajo profesional
El primer mes de un tratamiento o plan de cambio suele estar lleno de motivación. La persona llega decidida, con energía, con ganas de hacer las cosas bien. Pero pasada esa fase inicial, aparece el desafío más grande: sostener la adherencia.
Es ahí donde muchos procesos se estancan o se abandonan, y donde la habilidad del profesional marca la diferencia entre un cambio pasajero y una transformación real.
El error más frecuente: creer que la adherencia depende solo de la voluntad
Durante mucho tiempo se entendió la adherencia como un acto de disciplina individual. Pero la evidencia y la práctica clínica muestran que el cumplimiento sostenido depende mucho más del contexto emocional, la claridad del propósito y la calidad del acompañamiento que de la fuerza de voluntad.
El entusiasmo inicial se apoya en la novedad.
La constancia, en cambio, se construye sobre sentido, pertenencia y autoeficacia.
Cuando esos tres pilares están presentes, el proceso se mantiene aun cuando la motivación fluctúe.
Primer paso: revisar el encuadre emocional
El encuadre emocional —ese acuerdo invisible que se establece entre profesional y consultante desde la primera sesión— define cómo se vive el proceso.
Si el encuadre está centrado en el control (“tenés que”, “debés”, “si no lo hacés no sirve”), la relación se volverá frágil.
Si, en cambio, se centra en el propósito (“para qué querés esto”, “qué significaría lograrlo”, “cómo querés sentirte en tres meses”), se activa un compromiso interno más fuerte que cualquier plan externo.
El primer mes es el momento de construir confianza, no de exigir resultados. Es cuando el profesional siembra la alianza que sostendrá todo el proceso.
Segundo paso: ajustar objetivos y expectativas
Muchos planes fracasan porque están diseñados para una persona ideal que no existe.
El segundo mes es el momento de ajustar: qué fue posible, qué no, y por qué.
Este ajuste no debe verse como retroceso, sino como parte natural del proceso de cambio.
Una pregunta clave:
¿Qué tendría que pasar para que este proceso sea más sostenible para ti?
Preguntas así invitan a la reflexión y devuelven protagonismo a la persona, generando corresponsabilidad.
Tercer paso: fortalecer la autoobservación y el feedback positivo
El cambio se consolida cuando la persona aprende a observarse sin juicio y a reconocer avances más allá del resultado final.
El profesional puede acompañar este proceso con herramientas simples:
Registro breve de logros semanales.
Indicadores subjetivos (energía, bienestar, confianza).
Revisión mensual enfocada en aprendizajes, no en errores.
La adherencia se fortalece cuando el consultante percibe que su progreso tiene significado y que cada paso cuenta.
Cuarto paso: trabajar la resistencia
Después del primer mes, es natural que aparezcan dudas, cansancio o desmotivación. Eso no es un problema: es el proceso funcionando.
Como señala Miller y Rollnick (2013) en la Entrevista Motivacional, la resistencia no es un defecto del paciente, sino una señal de ajuste en la relación terapéutica.
Abordarla con empatía y curiosidad —en lugar de insistencia o corrección— transforma la resistencia en oportunidad de autoconocimiento y avance.
Conclusión
Sostener la adherencia terapéutica más allá del primer mes no depende de recordar indicaciones, sino de mantener vivo el sentido que dio origen al cambio.
Cuando el profesional logra conectar el proceso con lo que realmente importa para la persona, el compromiso se vuelve autónomo.
Acompañar no es empujar: es estar presente en el momento en que la motivación natural se desvanece, y ayudar a que el propósito vuelva a brillar.
Porque el verdadero éxito terapéutico no está en que la persona obedezca… sino en que se apropie de su propio proceso de transformación.
